jueves, 14 de abril de 2011


No sé si los años te habrán hecho menos poeta, como a la mayoría, o menos revolucionario, como a una mayoría aún más grande. Son las consecuencias de aquel regalo que te hice, el mejor, sin duda, y me imagino que en ningún momento te ha pesado: salir por completo de tu vida.

Google, esa vieja cotilla siempre a mano, me comenta que te sigues llamando igual, lo cual era de suponer, y que cuentas entre tus títulos, el de escritor y el de abogado. No me dice si aprobaste la oposición, si dejaste el aikido, si eres feliz o no, si sigues teniendo todo el pelo en la cabeza, o cercano a la cuarentena, te dejaste crecer la frente, como hacen todos.

Pero supongo que es lo justo, porque si Google te hablara de mí algún día, te contaría únicamente cosas inútiles, Facebook mediante: que trabajo en lo de siempre, que me fui a curarme de lo mío a Irlanda, que me llevó dos años, que me instalé en Vallecas, que tengo un novio, dos gatos, rutina, impuestos, comida rápida, noches en las que no puedo dormir, y otras miserias. Pero no te dirá que me acuerdo de ti cuando leo a Salinas, que guardo todos los mails que me escribiste, que Córdoba es esa ciudad a la que no volvería sin ti, y que me arrepiento de todo.

De todo, menos de haberte dejado sin más, y para siempre, para que pudieras seguir con tu revolución y tus poemas, sin sentir el peso de mi manera insana de quererte, sin consumirte en las dudas de si alguna vez te quise o lo contrario.