sábado, 14 de mayo de 2011


Del mismo modo que todos los caminos conducen a Roma, en cuanto empieza el buen tiempo tengo la impresión de que todos los caminos terminan en el centro. Aunque más que una cuestión de itinerarios, diría que es alguna suerte de teletransporte involuntario. He perdido la cuenta de cuantas veces he salido de noche y he aparecido casi sin saber como en la Puerta del Sol, postponiendo mis planes de ir a casa a quitarme la ropa del día anterior y darme una buena ducha, para pasear entre la gente ociosa, tomarme un café en el Starbucks y aprovechar esa cualidad de las mañanas que siguen a las madrugadas agitadas, de dejarte la cabeza vacía limpia, como barrida por un golpe de viento.

La ciudad, está a 22 grados, una temperatura tan ideal que dan ganas de bebérsela. Camino despacio, con la chaqueta en la mano y The Police en las orejas, gracias a que recién he encontrado un viejo mp3 que llevaba varios años perdido.

Sorteo turistas que se hacen fotos los unos a los otros, con la naturalidad de quien ha nacido aquí y lleva haciéndolo desde siempre, y sonrío a recordar cuando Jose Mary me decía que los Madrileños somos una gente muy rara, que no se da cuenta de su propia rareza porque como no paramos de mirarnos el ombligo no nos damos cuenta de esas diferencias.

Persigo la sombra hasta que llego al patio de la parroquia de San José donde por fin me puedo sentar a "desayunar". Madrid tiene uno de esos medios dias de sombras muy negras y luces cegadoras que se reparten armoniosamente entre los edificios como en un diseño de Pucci.

Me siento bien, sin pretender más, mientras Sting canta Walking on the Moon y aún me quedan un par de jubilosas horas antes de tener que irme a trabajar.