viernes, 22 de julio de 2011

Dicen que los kilos que se pierden despacio son los que luego no se recuperan. Me pregunto si ocurre igual con las ilusiones, si las que tardan más en ceder ante las decepciones, cuando mueren, son las que lo hacen más definitivamente.

Hay una voz en mi cabeza, esa voz que es mi enemiga íntima, esa parte de mí que parece odiar todos y cada uno de los aspectos de mi identidad, esa enana margada que siempre encuentra las palabras que no querría escuchar, que me dice ahora "si hubieras tratado mejor a la gente ahora no te sentirías tan sola". Lo que es verdad solo a medias, porque quizá estaría potencialmente más acompañada, pero me sentiría igual de sola, porque yo no soy de esas que cogen el teléfono y se hacen una versión a capela del "Help, ayúdame". ¿De qué serviría? al final todos tenemos que quedarnos a solas con nuestros demonios, y luchar. O dejarse devorar que es menos cansado.

lunes, 27 de junio de 2011

En mis Sueños

En mis sueños, está ciudad de dimensiones caprichosas, se dobla sobre si misma todas las veces que sea necesario, hasta que nos encontramos de nuevo. Estás descalza, y a veces llevas el vestido negro de los conciertos, otras, no sé, porque al despertarme no lo recuerdo.

Cuando te sueño yo, siempre ríes, puede que en el fondo tenga algo de clarividente y estés donde estés, ahora seas más feliz que todos esos antes en los que te recuerdo. Ríes, y echas la cabeza hacia atrás como si quisieras que tu risa llegase al cielo, como si quisieras lanzarla muy arriba y que luego tus carcajadas volvieran a caer sobre nosotras. Y yo te miro, no hago nada, no te hablo, no intento tocarte, no te pregunto si me odias, si te van bien las cosas, si acabaste la carrera, cómo está tu madre o en qué andas ahora.

Te miro, hasta que te ríes tan fuerte que se te saltan las lágrimas, tan fuerte, que el sueño se acaba quien sabe si porque siendo un sueño mío, no puede resistir tanta hilaridad.

En mis sueños, Madrid te trae de vuelta a mí por un momento, siempre hay sol, siempre está tu risa, siempre me tomo un segundo para contemplar tus pies, perfectos y morenos como pan recién hecho. Siempre me alegro de verte, de un modo simple y sin aspiraciones, y después, siempre, me despierto, preguntándome porqué yo nunca fui capaz de hacerte reír así, si tal vez el mejor regalo que pude hacerte nunca es estar ahora así, sin saber nada de ti, echándote de menos.

sábado, 14 de mayo de 2011


Del mismo modo que todos los caminos conducen a Roma, en cuanto empieza el buen tiempo tengo la impresión de que todos los caminos terminan en el centro. Aunque más que una cuestión de itinerarios, diría que es alguna suerte de teletransporte involuntario. He perdido la cuenta de cuantas veces he salido de noche y he aparecido casi sin saber como en la Puerta del Sol, postponiendo mis planes de ir a casa a quitarme la ropa del día anterior y darme una buena ducha, para pasear entre la gente ociosa, tomarme un café en el Starbucks y aprovechar esa cualidad de las mañanas que siguen a las madrugadas agitadas, de dejarte la cabeza vacía limpia, como barrida por un golpe de viento.

La ciudad, está a 22 grados, una temperatura tan ideal que dan ganas de bebérsela. Camino despacio, con la chaqueta en la mano y The Police en las orejas, gracias a que recién he encontrado un viejo mp3 que llevaba varios años perdido.

Sorteo turistas que se hacen fotos los unos a los otros, con la naturalidad de quien ha nacido aquí y lleva haciéndolo desde siempre, y sonrío a recordar cuando Jose Mary me decía que los Madrileños somos una gente muy rara, que no se da cuenta de su propia rareza porque como no paramos de mirarnos el ombligo no nos damos cuenta de esas diferencias.

Persigo la sombra hasta que llego al patio de la parroquia de San José donde por fin me puedo sentar a "desayunar". Madrid tiene uno de esos medios dias de sombras muy negras y luces cegadoras que se reparten armoniosamente entre los edificios como en un diseño de Pucci.

Me siento bien, sin pretender más, mientras Sting canta Walking on the Moon y aún me quedan un par de jubilosas horas antes de tener que irme a trabajar.

jueves, 14 de abril de 2011


No sé si los años te habrán hecho menos poeta, como a la mayoría, o menos revolucionario, como a una mayoría aún más grande. Son las consecuencias de aquel regalo que te hice, el mejor, sin duda, y me imagino que en ningún momento te ha pesado: salir por completo de tu vida.

Google, esa vieja cotilla siempre a mano, me comenta que te sigues llamando igual, lo cual era de suponer, y que cuentas entre tus títulos, el de escritor y el de abogado. No me dice si aprobaste la oposición, si dejaste el aikido, si eres feliz o no, si sigues teniendo todo el pelo en la cabeza, o cercano a la cuarentena, te dejaste crecer la frente, como hacen todos.

Pero supongo que es lo justo, porque si Google te hablara de mí algún día, te contaría únicamente cosas inútiles, Facebook mediante: que trabajo en lo de siempre, que me fui a curarme de lo mío a Irlanda, que me llevó dos años, que me instalé en Vallecas, que tengo un novio, dos gatos, rutina, impuestos, comida rápida, noches en las que no puedo dormir, y otras miserias. Pero no te dirá que me acuerdo de ti cuando leo a Salinas, que guardo todos los mails que me escribiste, que Córdoba es esa ciudad a la que no volvería sin ti, y que me arrepiento de todo.

De todo, menos de haberte dejado sin más, y para siempre, para que pudieras seguir con tu revolución y tus poemas, sin sentir el peso de mi manera insana de quererte, sin consumirte en las dudas de si alguna vez te quise o lo contrario.

jueves, 31 de marzo de 2011

Marina-Marina-Marina


Dos rumanos cantan, con superlativo entusiasmo "Mi sono innamorato di Marina" en el vagón de metro en el que regreso a casa. Afuera llueve, Madrid muestra su lado travestido y contrariado como cada domingo a estas horas, cuando los borrachos ya se recogieron y los atletas aún toman sus desayunos proteicos, de origen probablemente extraterrestre, en la intimidad de sus cocinas.


Sentado frente a mí, hay un chico que me mira y amaga una sonrisa bobalicona que huele a la legua a improvisado cortejo de la grulla. Miro por encima de su hombro en que parada estoy por si mejor me bajo ya y voy andando. Su maleta lleva una etiqueta en el asa que dice que viene de Suecia. Lo que unido a su aspecto me lleva a aventurar que es sueco. También es calvo. Los rubios que se quedan calvos resultan raros porque no estamos acostumbrados a verlos por la tele.


San Bernardo. El sueco no parece tener intención de entablar conversación, si no que me mira el escote y sigue sonriendo como si hubiera alcanzado algún tipo de paz espiritual. Parece inofensivo. Además estoy muy lejos de casa, asi que saco el libro de la mochila y me hago la paisana suya.


Los rumanos dan por terminada su actuación. Les entrego una moneda. Hago una rápida reflexión acerca del entorno globalizado en el que vivo, aunque sé que no debería tener pensamientos profundos tan temprano que luego me agoto y me pongo triste. En la calle llueve. Llueve y tengo hambre, el cajero no da dinero y me adelanta un tío corriendo con unas bermudas tan cortas que se le ven las juntas de las piernas con el tronco. El derroche de energía ajena me cansa por simpatía y me dan ganas de echarme a dormir allí mismo, para darle una utilidad al cajero, ya que, de lo de dispensar billetes, se encuentra temporalmente fuera de servicio.


Me arrastro escaleras arriba, con los pantalones chorreando, palpándome el cuello para comprobar si me han salido branquias a los lados. Abro la puerta mientras el teléfono fijo, que nunca cojo porque nadie tiene el número, suena hasta desgañitarse proclamando a los cuatro vientos las ganas de tiene Moviestar de dominarnos a todos y sumirnos en las tinieblas. Tiro del cable y, por si acaso consiguen salvar ese obstáculo, dejo el aparato descolgado sobre la mesa, en mis gozosos últimos diez metros de camino hasta la cama, canturreando "Mi sono innamorato di Marina, una ragazza mora, ma carinaaaaaa. Ma lei non vuol saperne del mio amoreeeeee etc"




Mierda, a saber cuánto tiempo tardo en sacarme de la cabeza la cancioncita...

lunes, 28 de marzo de 2011

Ya estaba preparada para unirme con voz dubitativa a un cántico comunal destinado a traer la paz a todas las gentes del planeta, mover conciencias y hacer que llueva café en el campo (para que en conuco no se sufra tanto, como ininteligiblemente decía la canción), cuando de repente el chico se puso de pie y dijo "me vais a tener que disculpar, pero es que esto no va conmigo... Como en todo el barrio no hay un solo bar, entré a usar el baño... Y de verdad que no me puedo quedar, que es que me da la risa".

El chico salió y yo me quedé pensando que si bien no era la única impostora iba camino de ser la única cobarde... Así que me levanté como un resorte y aprovechando la confusión, murmuré algo a cerca de tener un pollo en el horno y mogollón de papeleo (no era cuestión de que en vista de los resultados cerraran el w.c al público) y salí por la puerta como una exhalación.


El prófugo le estaba quitando la cadena a un R1 blanca muy nueva y me dedicó una sonrisa divertida, yo me limité a enarcar las cejas, mientras me ponía el abrigo. "¿vives muy lejos?" me preguntó "En Pacífico" le contesté ambiguamente.


Y con la moto ya arrancada, antes de meter la cabeza en el casco, contestó "lástima de falda, si no te ofrecería llevarte".


Lo cual, a pesar de haber dejado hace tiempo de ser de esa clase de chicas que montan en moto con desconocidos me sentó como un tiro.



¿Moralejas? Primero, que las faldas de tubo sin incompatibles con la mayor parte de los aspectos de la vida (incluidos subir escaleras, montar en moto y mear en la calle) y segundo, tal como dice el anuncio de la cerveza Schneider, es mejor ser uno mismo, porque "el mundo te necesita como sos".


http://www.youtube.com/watch?v=qMp-8TA_FFc



viernes, 25 de marzo de 2011


Una vez aliviadas mis necesidades inmediatas, fui conducida a una sala en la trastienda, mezcla de gimnasio y sala de baile. Había seis personas más, cuatro mujeres jóvenes tan parecidas entre si que hubieran podido pasar por hermanas, un chico de unos veinte años con el pelo muy corto y pantalones y botas de motorista, que tenía en el suelo a su lado el casco y la cazadora Alpinestars a juego con los pantalones. Le sonreí (es un tic que tengo, veo un motorista y pierdo el control de algunos músculos, empezando por los faciales) y pensé "otro que necesitaba usar el baño". El grupo lo completaban una mujer de unos cincuenta años muy delgada, vestida de blanco de los pies a la cabeza.Una mezcla rara entre Saruman y Paola Dominguín.




Nos sentamos en circulo y nos dimos las manos. A un lado tenía a Iris, la... ¿monitora? y al otro a la más mayor de las cuatro chicas que no tendría más de veinte años. Empezó a sonar música Chill Out y se nos fueron dando algunas instrucciones, cerrar los ojos, dejar la mente en blanco, respirar hondo... Lo clásico. Después Iris nos pidió que visualizáramos las cosas negativas de las que queríamos desprendernos, situaciones que nos hicieran sufrir, que provocaran nuestra ira o que nos abatieran.




Luchando contra el sopor que me invadía, empecé mi lista mental: las escaleras con peldaños demasiado altas cuando llevo falda de tubo y tacones, la agencia tributaria, la licra brillante, que la humedad me arruine el peinado, los hidratos de carbono ocultos, las novelas que tienen un final ambiguo, el transporte publico y sus anárquicos horarios... Y hubiera podido seguir así durante horas si no fuera porque Iris nos invitó a compartir nuestros pensamientos con el resto del grupo. Estupendo. Estaba a punto de quedar como la persona más frívola del planeta.




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